
ADOPCIÓN
¿SER PADRES O DESEO DE HIJOS?
Hace no muchos años la adopción se percibía como la última opción y se convertía en una realidad casi traumática para las parejas que no podían lograr la concepción biológica de un hijo. De igual modo, se sentía la adopción como algo a ocultar a los demás.
La adopción, en algún punto, no ha dejado de ser un tema tabú para nuestra sociedad, ya que nos conecta internamente con cuestiones traumáticas que son difíciles de manejar tanto para los hombres y mujeres como para la pareja misma.
En primer lugar, se piensa en adopción como una última opción cuando no se logra concebir en forma natural, y esto implica asumir sentimientos de impotencia y de profunda angustia al sentir que “no podemos” y, como si resultara una simple ecuación matemática, este ‘no poder’ nos conduce internamente con el “no servimos”… Además, debemos lidiar con la carga social que esta “impotencia aparente” trae aparejado a la hora de enfrentar a la familia y a los amigos. Ni hablar, si es el hombre –aún para nuestra sociedad el “macho”- el que “no puede”, aunque esto se ve cada vez con más frecuencia. Igualmente, creo que las nuevas generaciones hemos empezado a asumir algunas cosas y desterrar otras, transformando esta situación traumática como una cosa de dos.
Hoy por hoy, no sólo la imposibilidad para concebir hijos biológicos se ha convertido en una causal de adopción, sino que con los nuevos aires de la postmodernidad han aparecido otros factores que hacen de la adopción una alternativa para ser madres y padres.
No es extraño encontrarnos hoy con mujeres solas, sin pareja, y que a pesar de no tener ningún inconveniente físico para concebir, desean ser madres. Algunas mujeres no han logrado establecer una relación de pareja con un hombre que perdure en el tiempo y los años le han negado la posibilidad de procrear o no han encontrado una pareja que “tire parejo” –tal como la etimología de la palabra nos muestra- y con ganas de tener hijos.
Además, en los últimos años, la adopción se ha transformado, también, en el centro de debates ideológicos, políticos y religiosos, cuando aparecen en escena parejas de homosexuales que desean adoptar niños y niñas. Considero este, un tema para otro capítulo.
Con el auge del fenómeno de la solidaridad (sobre todo en los países en vías de desarrollo) en los últimos años y la aparente superación de ciertos convencionalismos, la adopción ha ido, paulatinamente, ganando una mayor aceptación social. Igualmente conviven, junto con los miedos e inseguridades de estos padres adoptivos, ciertos mitos y prejuicios con relación al nuevo integrante de la familia y a sus orígenes. Por eso, una pareja que adopta un niño se transforma en una familia muy particular, ya que deben aprender a convivir entre cuatro: la mamá, el papá, el hijo y el fantasma de los padres biológicos.
A muchos padres les resulta muy difícil aceptar esta convivencia de cuatro, que es, sin duda, una situación muy compleja, y atravesar el fantasma de ese hombre y esa mujer que concibieron al que ahora es su hijo y que los remite a sus propias limitaciones como pareja.
Anteriormente, esta situación generaba fuertes reservas frente al hijo o hija adoptados, a los que con frecuencia se les ocultaba su origen e incluso hasta el propio hecho de la adopción. Los principales motivos de esta actitud -quasi inconsciente- de los padres eran, muy probablemente, dos. Por un lado, evitar ciertos manejos discriminatorios hacia el niño adoptado y los problemas de integración que pudiera sufrir un “hijo diferente” proveniente de una “familia diferente”. Por otro, descartar la posibilidad de que ese hijo adoptado, en un futuro, pudiera interesarse y querer saber de su origen, de su familia biológica o incluso pretender conocerla o irse a vivir con ella. Este fantasma del origen y de los padres biológicos genera mucha angustia, inseguridad y temor a ser abandonados por el hijo.
En relación con esto, debo señalar que “ocultar” no es una actitud recomendable en ningún caso, ni para la salud de los hijos y de los mismos padres. Ocultar el origen o bien el hecho que han sido adoptados es en el fondo mantener egoístamente en la oscuridad esa impotencia y esa angustia del “no poder”, del “no servir”. Además, hasta las estadísticas son elocuentes en este punto, confirmando que existe un altísimo porcentaje de psicopatología en estos hijos a los que se les ha negado la verdad de su origen y condición. Es más, si el hijo se entera de la adopción, intencional o accidentalmente, de boca de otra persona que nos sean sus padres adoptivos, puede sentir enojo y desconfianza hacia sus padres y hasta incluso ver la adopción como negativa o vergonzosa, ya que se mantuvo en secreto, y por ‘algo’ será… Si los padres hablan naturalmente y con amor, es menos probable que surjan dificultades.
Hoy somos testigos de una tendencia a la normalización de la adopción, que se refleja en las nuevas regulaciones legales al respecto, la asunción de competencias por parte de las instituciones públicas, y se ha dotado de un nuevo marco jurídico de protección al menor que también ha redundado en su beneficio.
Mientras que hace algunas décadas, se concebía la adopción como una solución al maltrato o abandono de los niños y se consideraba como un acto de amor o solidaridad con los niños abandonados al proporcionarles unos padres que deseaban incorporarlo a su familia como si fueran sus propios hijos o como a un hijo más, hoy aparentemente se vive y se siente la adopción como un medio para poder disfrutar de la experiencia de tener un hijo, el hijo que biológicamente no se ha podido concebir, dejando de lado ciertos fantasmas. Así se va construyendo una visión más humana, consciente y responsable de la adopción, respondiendo como principal motivación al deseo auténtico de un hijo, del niño por sí mismo. Así, los nuevos miembros de la familia que han sido adoptados se transforman en protagonistas, ofreciendo, a quienes los han concebido con el corazón, el ansiado privilegio de ser padres de ese hijo que tendrá, también, que “adoptarlos” como tales.
Ahora bien, la paternidad es algo que se construye en conjunto con los hijos, y sólo gracias a ellos. Es una adopción mutua: padres e hijos se adoptan en sus roles mutuamente. Por eso, si nos centrarnos en esta idea, concluiremos que, más allá de la forma en que fueron concebidos los hijos, todos son adoptivos y adoptantes de sus padres.
El desarrollo de la personalidad de los hijos dependerá en gran medida de tres factores: en primer lugar, de los cuidados y la atención que recibe, el hecho de que se sienta seguro e integrado en su familia adoptiva. También influye la espontaneidad, naturalidad y el clima de confianza que se haya generado en la familia a la hora de hablar sobre el proceso de adopción. Esto dependerá del grado de internalización del mismo por parte de los padres y una vez atravesados algunos miedos y fantasmas. Por último, y en consecuencia, la información sobre los orígenes del niño, que sus padres irán transmitiéndole de forma gradual -y según sus posibilidades- y en función de su edad y capacidad.
Estos padres a los que les ha tocado adoptar hijos de otros padres biológicos deberían compartir dos convicciones: una, que la paternidad es una función cultural: llevar un hijo en el vientre no hace a una madre. Los roles parentales, señalaba anteriormente, se aprenden al tener un hijo. Lo que hace que surja el amor filial no es “lo genético”, sino el trato, la convivencia, el darse el uno al otro, el compartir la vida. Y, en segundo lugar, la convicción de saber que la adopción por si sola no produce psicopatologías específicas en los hijos ni en los padres.
Por otro lado, la dificultad de algunos padres para superar ciertas conflictivas internas en relación con su condición de género y su posición disfuncional frente a la procreación, generadas por los múltiples factores que fui enunciando, pueden transformarse en un obstáculo para el proceso adopción-crianza.
En algunas familias se padece un desmesurado miedo a perder el hijo adoptivo, o una dificultad para ponerle límites y para hablarle de su origen. Uno de los temas que más preocupan a los padres adoptivos es hablar con su hijo sobre su nacimiento, sobre cómo y cuándo transcurrieron sus primeros días, meses o años, y, muy especialmente cuando se trata de comentar cosas sobre su familia biológica. El temor de que en el futuro el hijo adoptado pueda interesarse por sus padres biológicos e incluso intentar comunicarse con ellos, paraliza a muchos padres, que temen la pérdida de su hijo. Es importante hacer algo para superar estos miedos propios de esta paternidad tan particular, principalmente buscando la oportunidad para transmitirle a los hijos la idea que si bien no estuvieron en la panza de su madre adoptiva, sí hubo un útero que lo contuvo, y que fueron engendrados como cualquier otro ser humano.
Ahora bien, con respecto a por qué fueron entregados en adopción, debemos ser muy prudentes y no transmitir la idea tan temida de abandono, sino de entrega responsable y cuidadosa. Estos hijos adoptados necesitan saber su origen y especialmente los "porqué", que se les recuerde cada vez que haga falta o que lo demanden de una u otra forma, que son respetables y que sus padres también lo fueron. Es importante no omitir y menos aún ocultar datos, por más conflictivos que resulten, tanto para los padres como para los hijos. El respeto por su identidad es un derecho de todos los niños e incluye desde el respeto por su nombre de origen hasta el verdadero día de su nacimiento. Son detalles que, aunque consideremos poco transcendentales para la vida y el desarrollo de los hijos, no debemos olvidar ni omitir, ya que ayuda a que el mensaje de la adopción sea positivo y propicia una base de confianza del hijo para con sus padres.
Así, debemos rescatar que lo importante es hacer sentir al niño, que tanto él como hijo y nosotros como padres somos adoptados. Dos partes que se unieron por una falta, pero básicamente por amor: una son los padres que lo son únicamente gracias a él y otra es el hijo, que es tal porque nosotros somos sus padres.
Y para concluir estas reflexiones, me he animado yo mismo a “adoptar” las palabras de Francoise Dolto -psicoanalista francesa-, que con gran simpleza nos enseña esta realidad de ser padres… adoptivos:
“Tres segundos bastan al hombre para ser progenitor… Ser padre es algo muy distinto. Ser padre es dar el propio nombre al hijo, pagar con el propio trabajo la subsistencia de ese hijo, educarlo, instruirlo, incitarlo a vivir, a desear… es algo muy distinto a ser progenitor. Será mejor aún si el padre es el progenitor, pero la verdad es que sólo hay padres adoptivos. Un padre siempre debe adoptar a su hijo. Unos lo adoptan al nacer, otros algunos días o semanas después, otros cuando empiezan a hablar, etc. Sólo hay padres adoptivos…”